Hace tiempo conocí "Un tranvía llamado deseo" casi por casualidad y colateralmente, a través de una película en la cual aparecían pequeñas escenas teatralizadas las cuales me bastaban para hacerme idea de la historia o al menos inventarme y creerme mi propio cuento que veía representado. Hecho que basto para que frases como "Quienquiera que sea usted...yo he dependido siempre de las bondades de los extraños." tuvieran una significancia especial en mi vida...
Luego vino el proceso de descubrir la verdadera historia con el libro de Tennessee Williams...y con ella la desilusión. No porque no me gustase la obra, sino porque me di cuenta que la primera impresión que tuve de la obra filmica no era fiel a la obra escrita.
Los lectores siempre volamos más de lo que nos podemos imaginar al crear el mundo que los escritores quieren expresar y esa es la belleza de la lectura, la capacidad de poder crear un mundo, expuesto por otro pero engendrado por nosotros mismos...en mi caso el proceso había sido primero la imagen y luego la lectura por lo cual el desencanto (algo muy común en estos casos) me inquieto mucho.
Pero el cine es así, tiene la capacidad de tomarse licencias precisamente por ser ficción. Lo confirme luego cuando vi el film de Elia Kazan, protagonizado por Marlon Brando y Vivien Leigh ( Lo que el viento se llevó), del año 1951. En esa magnifica escena cuando Stella (Kim Hunter) luego de despedir a su hermana se da cuenta del trágico final y decide no responder a su marido y huye con su niño en brazos con un dramático "No voy a volver ahí de nuevo. Esta vez no.No vuelvo más.¡Nunca!" dando un giro totalmente distinto a la obra de Williams, pero tan sobrecogedora como la original.
Y como la curiosidad mata, no pare hasta tener la oportunidad de ver la representación teatral de la obra, esta vez a cargo de una actriz reconocida en España, Viky Peña en el papel de Blache y Roberto Álamo como Stanley, en el teatro Español. No voy a hacer una critica de la calidad actoral porque eso significaría extenderme demasiado, ni comentar la puesta en escena porque no es el tema. Pero si quiero comentar que amén a la falta de tensión sexual y exceso de humor que no cabía, el final al que hacia referencia fue fiel a la del libro. Debo confesar que la obra teatral no fue muy de mi agrado, pero como esas historias que por ser ellas mismas las llevas muy dentro con un halo de significancia especial, al salir del teatro sentí la misma sensación de aquella vez que vi a una casi desconocida (para mi) Marisa Paredes implorando compasión con la mirada.
Un tranvía llamado deseo, una historia en la que las palabras juegan en clave y en donde la locura puede ser la forma de escapar y a la vez la forma mas tierna de intentar ser feliz...una historia que sin importar el formato o el medio en que la descubras, perdurará en ti siempre, porque las historias verdaderamente cautivantes se perpetuán por si solas.
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