lunes, 24 de octubre de 2011

Mi universo perfecto



Hacía mucho tiempo que no recordaba haber visto un cielo tan inmenso y tan brillante. La vía láctea se acercaba a mí en medio de la oscuridad, donde solo podía divisar el firmamento y marearme al intentar contar tantas estrellas...recostado sobre una manta sobre la arena, en silencio hasta poder vislumbrar en más de una ocasión una estrella fugaz y repetir siempre el mismo deseo...
Allí, en medio de la nada, en mi desierto de ensueños, en una noche muda entrelazada con el retumbar de tambores y los cantos de voces bereberes, únicas. Una fogata cálida, rostros desconocidos al rededor y viviendo la experiencia cada uno a su modo. La mía, singular, casi increíble, la fantasía hecha realidad, la espera de un momento muchas veces imaginado...y disfrutándolo al máximo cada segundo...y volver a perderme en el éter que abrazaba todo lo que me rodeaba...y a hipnotizarme sin querer...
La brisa cada vez fue más fría y recordé que por la mañana tenía una tarea muy importante: ver el amanecer. Fue entonces cuando caminando sobre médanos aún no descubiertos, solo percibidos, me dirigí hacia mi haima a descansar, había sido un día muy agitado.
Todo había comenzado por la mañana muy temprano partiendo desde Marrakech en un minibus, con mucha ansiedad e inquietud por la excursión, con destino al desierto de Zagora. El camino muy largo, casi interminable, me descompuse al poco de partir por que la carretera era con muchas curvas y siempre subiendo, cada vez más... pero cerca del medio día ya me sentía mejor y pude disfrutar del paisaje, de la belleza de los colores, de los rostros, del aire, de un encanto que se palpaba en todos los rincones.
Y la metamorfosis se completó cuando elejí ese dromedario blanco que tenia en frente. Allí supe que las palpitaciones que se agolpaban en mi pecho no me desanimarían a montar ese camello arábigo, lo siguiente fue inercia, regocijo y vivirlo. La carabana en el atardecer no nos dejo ver el desierto, solo nos llevo al encuentro de un té moruno de bienvenida y luego a un tajine inolvidable de cena en una haima multicolor. 


No sé si fue el ansia o la impaciencia, pero al dar las 6.00 mis ojos se habrieron de repente y la siguiente acción fue salir corriendo de la haima para esperarlo...el sol ya estaba asomando, siempre imponente, sobrio, sereno, enérgico...hasta que se dejo ver totalmente y con el mostrando ese pedacito tan pequeño de tierra, ese lugar tan ínfimo en el planeta pero que al mirar al rededor me parecía interminable. Esas dunas de color amarillo dorado rojizo, o no sé que color eran exactamente solo sé que quedó grabado en mi retina...caminar y caminar entre ellas, sentirme pequeño entre esas pequeñas dunas de arena perdiendo la noción del tiempo, girando 360º y seguir sin poder creer lo maravilloso que es el universo...y de repente, el timbre del teléfono, Javi llamándome para que no me perdiera el desayuno.
De regreso mucho mas colorido, muchos más rasgos, más aldeas, palmeras, montañas...y una leve llovizna al son de Ismael Lo como una suave despedida de un extraño lugar que solo guardaba en un rincón perdido de mi mente. Un lugar hasta ahora imaginado y creado por un Paul Bowles, que hasta donde pude llegar comprobé que era así de maravillosamente perfecto... 


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